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Autobiografía ajedrecística de Juan Manuel Rivarola

Nací en Rosario el 8 de agosto de 1899. Recién comencé a jugar al ajedrez a los 19 años, de modo que no fui ningún prodigio. El juego me gustó muchísimo e intervine en un gran torneo clasificatorio de 43 jugadores, finalizando 3º. Fui incluido en el torneo de 2ª categoría y lo gané delante de otra promesa de ese entonces, O. García Vera. En 1924 vencí en el Torneo de Rosario delante de 18 jugadores. Luego viajamos a Buenos Aires junto a Espina y el Dr. Elías, para jugar un match frente a los porteños; perdimos por 2 a 1 pero fue un éxito para nosotros y en especial para mí, que igualé con Palau una partida que pude ganar. En 1926 gané nuevamente el Mayor de Rosario y fui invitado a jugar el Torneo Mayor en Buenos Aires, que sería clasificatorio para formar el equipo olímpico. Los primeros puestos fueron ocupados por Grau, Guerra Boneo y Nogués Acuña, empatando Palau y yo el 4º/5º lugar. Jugamos un match de desempate y perdí por 4 a 3. La deserción de Reca y el trágico fallecimiento de Guerra Boneo me permitieron, a pesar de todo, ser integrante del equipo, junto a Nogués Acuña y Palau. Escribí para La Capital de Rosario sobre el match Alekhine-Capablanca (1927). En 1933 me traslado a Santa Fe, ganando en 1935 el torneo de la Asociación Bancaria Santafesina, delante de Guimard y Pasero. Tuve entonces derecho a jugar un match con el campeón Guimard, y perdí por 5 a 4, tras estar en ventaja por 4 a 3. Me dediqué luego a la actividad dirigente, aunque también participé en unos pocos torneos más, como el Ángel Casanello 1950 (vencí a Rossetto), y el Jockey Club 1951. Participamos, junto a otros amigos, en la fundación de la Federación de Ajedrez de Rafaela. Fui socio del actualmente desaparecido Círculo Villa Crespo, y actualmente del Club Atlanta.

La Olimpiada de Londres 1927

Luego de mi match con Palau, al quedar descartado del equipo olímpico, volví a Rosario y me reintegré a mis actividades normales pero una serie de coincidencias permitirían finalmente que integrara la delegación. Primero, fallece Guerra Boneo en la Quiaca, en trágico accidente; era un muchacho joven muy simpático, y su deceso causó gran pesadumbre en el ambiente ajedrecístico. Luego, Reca desiste de participar, a último momento. Me llamaron con urgencia a Rosario, y apresuradamente debí solucionar problemas laborales, para finalmente embarcarme en el Monte Olivia rumbo a Londres, acompañando a Grau, Nogués Acuña y Palau. El barco paraba en todos lo puertos y tardamos 25 días en arribar a Londres; la vida a bordo era muy agradable. El torneo se jugaba en el Westminster Hall, frente a la bahía del mismo nombre.

El ritmo era agotador: se jugaba de ocho y media a once de la mañana, de dos y media a seis de la tarde, y de ocho a diez de la noche. En el primer turno se hacían las primeras 30 jugadas, y luego la partida seguía por la tarde y por la noche si era necesario. A la semana, ya ni nos hablábamos del cansancio, pues no teníamos suplentes. Fuimos en la punta de la tabla de posiciones hasta la mitad del torneo, junto al fuerte equipo húngaro, pero cuando nos tocó jugar con ellos, ¡perdimos 4 a 0!, en un match donde Maróczy le ganó una excelente partida a Grau, en un final que todos daban por tablas, y que dio la vuelta al mundo. Al día siguiente nos tocó con Austria, y mi adversario fue Kmoch. Comenzó la partida, y al rato se acercó Grau y me dijo: "Tenga cuidado, está jugando la misma partida que perdí ayer." "Sí, ya veo, pero ¿cómo me salvo?" le contesté. "No sé, nivélela, nivélela como pueda", agregó, sumamente preocupado. Volví a la mesa de juego y me concentré para buscar la solución, y en ese momento mi rival me ofreció tablas, que acepté inmediatamente, y me invitó a tomar el té. Le pregunté entonces por qué me había ofrecido el empate si el día anterior Grau había perdido una partida similar, y me contestó: "Claro, pero ustedes ya deben haberla analizado." El caso es que nosotros no habíamos analizado nada por el cansancio, y de ese modo salvé de manera inesperada un valioso medio punto.

Otro episodio interesante se produjo en ocasión de mi partida con el inglés Atkins. Yo tenía pocos conocimientos teóricos, y por eso jugué en el 2º tablero y Palau en el 4º, para procurar hacer mayor cantidad de puntos. Íbamos caminando por la calle, conversando, y le pregunté a Palau qué podía jugar. "Juegue la variante Argentina y le irá bien", me dijo, y me explicó que existía la posibilidad de ganar una pieza en una celada, entregando un peón (*). Yo la estudié y la repasé bien, y me fui a jugar con optimismo. A Palau le tocó jugar con Michell, y al rato de comenzar los juegos, me acerqué a su mesa. Con asombro, vi que Palau entregaba el peón, el inglés se lo comió y quedó perdido en pocas jugadas. Yo deseaba que a mí me ocurriera lo mismo, pero Atkins advirtió la situación, jugando en forma distinta. De todos modos, quedé muy bien, y tras sacrificar una pieza y la calidad di jaque perpetuo cuando aún tenía chances de ganar por mate.

El húngaro Maróczy

Era un hombre muy respetado, alto, fuerte. Nos habíamos hecho muy amigos, e íbamos al cine a ver películas de cowboys a los cines de Londres, en los pocos ratos libres. Jugó excelentes partidas en este torneo.

Mi amistad con Kmoch

También nos hicimos muy amigos con este caballero austríaco, y nos escribimos hasta bastante tiempo después de terminada la Olimpiada. Lo conocí en el restaurant Lyons –donde se comía en el mostrador–. Yo estaba leyendo la parte ajedrecística del Times, y sentí que alguien estaba espiándome por detrás del diario. Me di vuelta y era él. Me preguntó quién era y así comenzamos a charlar. Me dijo que era representante de La Prensa en Londres, para cubrir la Olimpiada. (Palau escribía para La Prensa en Buenos Aires, pero no había ido a Londres como periodista. En cambio, Grau sí, para La Nación.)

Ricardo Réti y el "complejo del peatón"

Antes de la Olimpiada, Réti estuvo en Rosario durante una semana y nos hicimos amigos. Era un hombre muy afable y de fina ironía. En Londres reanudamos esa amistad, y paseamos varias veces por la ciudad. Cada vez que teníamos que cruzar una calle, me tomaba fuertemente del brazo y me decía: "Tenga cuidado." Tenía un miedo terrible pues una vez en Nueva York un automóvil lo había atropellado y lastimado bastante.

El día que jugamos con Checoslovaquia –país al que Réti representaba– fuimos a comer ambos equipos juntos a un restaurant dirigido por una princesa rusa –una de las tantas de ese entonces– que era muy amiga de él. Réti comió tremendamente, como lo hacía habitualmente, y Grau estaba de lo más contento, ya que tenía que jugar con él al rato nomás, a las dos y media. Pero de nada le valió pues Réti le ganó una excelente partida.

Estaba casado con una rusa, vivía del ajedrez y tenía mucho dinero en varias partes. Editó varios libros, algunos en Argentina (Curso de ajedrez, Finales de ajedrez).

Mi trato con Alekhine

Con Alekhine estuvimos en Rosario en 1925, junto a Grau. Le dedicamos mucho tiempo, y era una persona muy agradable. Puede decirse que toda la ciudad lo agasajó, ya que visitó los lugares más importantes, y él quedó muy satisfecho con el trato recibido.

Tras la Olimpiada de Londres, fui a París y lo busqué. Nos encontramos y él me atendió muy bien, llevándome a pasear por distintos lugares, entre otros el famoso Louvre. Se advertía ya su notable ambición para ser campeón; durante su viaje en barco a Buenos Aires para jugar con Capablanca, estaba todo el día con su tablero, estudiando variantes y posiciones.

Pero cuando vino a la Olimpiada de Buenos Aires, en el año 1939, no me conoció ni me quiso recibir. Ya no era la misma espléndida figura, estaba muy cambiado.

Alekhine y las mujeres

Tuvo cinco matrimonios, y era notable su predilección por las mujeres de mayor edad que él. Tanto que cierta vez estábamos Grau, él y yo tomando el té en una confitería de Rosario, y en ese momento entró una señora mayor con sus dos hijas jóvenes. Grau lo miró a Alekhine y le dijo: "¡Qué hermoso perfil esa niña!, ¿verdad?" Y Alekhine le contestó muy seriamente: "¡Sí, la señora está muy bien!"

La esposa que yo conocí también era mayor que él; se sentaba a su lado mientras él jugaba, y tejía.

La anécdota de Alekhine y Keres

En cierta oportunidad, se jugó en el Círculo de Ajedrez de Buenos Aires un gran torneo "ping-pong", en el cual participaban, entre otros, Alekhine y Keres. En un momento de la partida entre ambos, Keres tomó su dama y cuando iba a apoyarla sobre una casilla, dudó un instante. Entonces Alekhine se la sacó de la mano, la colocó donde quiso, se la comió y le ganó la partida. Keres, azorado, no atinó a hacer nada y se fue muy contrariado.

El "pontífice" Reca y el "enciclopédico" Celaya

A Reca le llamábamos "El pontífice" porque lo que afirmaba era terminante. Recuerdo que una noche estábamos en el Centro Español conversando Reca, Grau, Palau y yo, y empezamos a discutir sobre una variante de apertura. Uno opinaba una cosa, el otro una diferente, y no nos poníamos de acuerdo. En ese momento entró Amílcar Celaya, y Reca le preguntó: "A ver Ud. que es la biblioteca ambulante, estamos en esta discusión. ¿Ud. qué opina?" Celaya meditó un minuto y dijo: "En la página tal, columna tal del Griffith (tratado de aperturas popular de la época) está la variante, y es así." Nos dejó mudos a todos, porque pudimos comprobar que tenía razón. Celaya tenía una memoria extraordinaria.

Cómo conocí a Emanuel Lasker

Luego de la Olimpiada de 1927, además de visitar París, fuimos junto a Grau a Berlín, y aprovechamos la oportunidad para conocer al notable ex campeón. Nos recibió muy amablemente en su casa, y conversamos en español, pues lo hablaba con bastante fluidez. Nos preguntó por los jugadores del Club Argentino que él había conocido en Buenos Aires en 1914. En aquel momento se estaba representando en Berlín una obra teatral cuyos autores eran Emanuel y su hermano Berthold; era tan exitosa que ya se llevaban más de 70 representaciones efectuadas. Tenía una cultura extraordinaria, y era también profesor universitario.

Un notable y pintoresco editor ajedrecístico: Bernard Kagan

Lo conocimos en Berlín junto a Nogués Acuña y Palau. Sabíamos que era editor de una enorme cantidad de libros y revistas, y suponíamos que debía tener algún edificio o establecimiento de cierta magnitud, pero nos llevó a... ¡un departamento!

Nos presentó a su señora y a su perro (!), y nos dijo que su hija estaba de viaje. Tomamos el té y enseguida nos invitó a ver "los libros". Eran estantes y más estantes, todos llenos de libros, hasta el techo. El baño también estaba repleto, incluso la bañera, lo cual hizo exclamar a Palau con graciosa expresión: "¡Che, pero este hombre no se baña nunca!"

Luego lo invitamos a cenar en un restaurant, y al terminar habían sobrado dos bifes. Entonces los pinchó con un tenedor, y los envolvió, diciéndonos: "Para mi perro."

Al día siguiente nos invitó a jugar un torneo "ping-pong" al Club de Berlín, donde participaba Johner entre otros. El torneo fue ganado por Kagan y nos dejó sorprendidos a todos. Yo salí segundo, pero perdí las dos partidas con él, lo mismo que Nogués Acuña y Palau. Posteriormente, cuando volvimos Hamburgo nos encontramos nuevamente con Grau, y le contamos que Kagan nos había ganado por 6 a 0. Nos dijo: "¡Bah! ¿Cómo es posible que ese hombre haya podido ganarles? Luego, Grau también jugó un torneo "ping-pong" con Kagan, y ¡éste le ganó por 2 a 0 también a él! Su habilidad en el juego rápido era notable, y cuando nos despedimos él nos dijo: "Vean, en el mundo no hay nadie que juegue mejor al 'ping-pong' que yo, excepto, desde luego, Capablanca y Alekhine." Tengo un gran recuerdo de esta original figura del ajedrez.

El saludo del Dr. Siegbert Tarrasch

Lo tratamos brevemente con Grau, en Londres. Nos encontrábamos todos los días, pero no llegamos a hacer amistad profunda, no tuvimos oportunidad. Era un caballero en el verdadero sentido de la palabra. Su sentido era muy peculiar, nos decía: "Adiós, juventud."

El señor Frankfurter y el comienzo del hitlerismo

Como había relatado anteriormente, tras la Olimpiada de Londres recorrí varias ciudades europeas, entre ellas, Hamburgo, y me vinculé con muchas personas.

Entre ellas estaba el Sr. Frankfurter, que era representante de varias firmas argentinas exportadoras e importadoras, y a la vez tesorero de la Federación Alemana de Ajedrez. Con él protagonizamos una curiosa anécdota. Paseando con Grau por los bosques de Hamburgo, oímos hablar en castellano y nos acercamos por curiosidad. Era él, y estaba con su familia (esposa, hija e hijo). Charlamos largo rato, y nos explicó que él quería que sus hijos se casaran fuera de Alemania (luego me enteré de que así sucedió efectivamente). Sorprendidos, le preguntamos por qué. "Porque desgraciadamente para nosotros los judíos se acercan tiempos difíciles aquí", nos contestó. ¡Y esto pasó en 1927! A propósito de este tema yo vi en Hamburgo la primera manifestación hitleriana; eran algo así como 50.000 personas con las camisas pardas. La gente se burlaba de ellos por las calles. El Sr. Frankfurter tuvo una rara visión del futuro. Supe más tarde que tanto él como su esposa habían fallecido durante los bombardeos.

Las bodas de plata de dos habitués

En Hamburgo mismo, fuimos invitados a una pintoresca ceremonia. El Club de Ajedrez local era muy humilde, y su local modestísimo. Entonces, todos los días martes se reunían en un hotel, que les cedía un salón más confortable. Aquel día fuimos invitados a participar de los festejos de las bodas de plata de dos jugadores que por 25 años habían concurrido allí sin faltar un solo martes. El festejo con champaña fue muy divertido.

El Café de la Régence de París

Concurrí a él durante mi estadía en París; es un lugar tradicional para todos los ajedrecistas. Aquí concurrían los más célebres maestros, y en sus salones se conservan la mesa de Napoleón, la de Morphy, cuadros y caricaturas de los campeones mundiales y otros jugadores de renombre, etc.

Generalmente se jugaban partidas semiserias, rápidas. Aquí conocí al Dr. López Martínez, un conocido jugador de primera categoría del Club Argentino, que estaba residiendo en París ejerciendo su profesión de médico. Fue el primero que hizo cirugía estética.

El Congreso de la Federación Internacional y los españoles

Durante la Olimpiada se llevó a cabo, simultáneamente, el Congreso de la Federación Internacional. Grau era el delegado por Argentina y yo concurría representando al Uruguay (a nuestro paso por Montevideo los uruguayos me habían otorgado el poder). Entre los temas, se trataba la aceptación de la Federación Española y, por consiguiente, la eliminación de la Federación Catalana. Nosotros votamos en favor de la Federación Española, y tuvimos un serio disgusto con el secretario de la Federación Francesa, que propiciaba a Cataluña. Le contestamos que no nos era posible votar en contra de la Madre Patria. A raíz de esto, invitamos a cenar a los cuatro componentes del equipo español, que eran el Coronel Golmayo, el Dr. Martín, Vilardebó y Soler. Nos ubicamos en una mesa redonda, intercalados españoles y argentinos. A mí se me ocurrió preguntar cuántos habitantes tenía Barcelona. Uno de ellos contestó 400.000, otro 600.000 y el tercero 1.000.000. Entonces el Coronel Golmayo, como buen madrileño, dijo: "Lo ven ustedes, así son ellos. Nunca se ponen de acuerdo."

Roberto Grau y yo

Con Roberto Grau siempre viajamos juntos, paramos en los mismos hoteles, y nos llevamos a las mil maravillas; teníamos gran afinidad personal. Cierta vez, en Londres, fuimos a la sede del Automóvil Club de esta ciudad, pues Grau era empleado del Automóvil Club de Buenos Aires y quería hacer un artículo sobre los caminos en Inglaterra. Allí nos asignaron un empleado que hablaba castellano, y Grau estuvo casi una hora con él, tomando notas en una libreta. Luego, fue famoso su artículo sobre los caminos ingleses, publicado en la revista del Automóvil Club.

Grau fue un verdadero autodidacta; solamente tenía estudios primarios, pero poseía una notable capacidad para escribir sobre cualquier tema, y para enseñar. Se aprendía mucho en ajedrez por el solo hecho de conversar con él. Sus conocimientos los adquirió estudiando partidas de los grandes jugadores, y por su propia experiencia.

Stahlberg y el Gambito de Dama

Stahlberg pasó por Santa Fe allá por 1937. Yo lo atendí allá, donde había concurrido para efectuar exhibiciones.

Era una persona afable, instruida y sencilla; podía conversar con autoridad sobre los más variados temas. Aprendí con él, sobre el Gambito de Dama, lo que no habría podido aprender solo en toda mi vida, y en unos pocos días.

Una partida con Maderna

En un Torneo Interprovincial, en el año 1950, me tocó jugar contra Maderna, y él me tenía bastante mal en la partida. Pensé mucho, y encontré un sacrificio de peón que cerraba la posición, equilibrando. Cuando le entrego el peón, él me dice: "Mirá que te lo tomo, ¿eh?" "Tomalo", le contesté. Efectivamente, lo tomó, y enseguida se dio cuenta de que ya no podría ganar. "Che, qué buena que está", acotó, y me ofreció las tablas.

Max Euwe y Bobby Fischer

A Euwe lo conocí en Londres durante la Olimpiada. Me impresionó como una persona correctísima y muy activa. Luego lo vi nuevamente en la Argentina, durante el match de Bobby Fischer con Petrosián. Estábamos los tres charlando, cuando se acercó una jovencita y le pidió a Bobby un autógrafo. Sin inmutarse, sacó de su bolsillo un sello y una almohadilla con tinta, y se lo estampó en el papel. La chica se fue indignadísima, mientras Euwe y yo reíamos. Cosas de Bobby...

José Raúl Capablanca

No traté a Capablanca de cerca, aunque lo vi durante su match con Alekhine en Buenos Aires. Recuerdo, sin embargo, que era una figura de gran atracción, sobre todo para las damas...

Una breve estadía en Córdoba con gratos recuerdos

Durante el año 1946 estuve una breve temporada en Córdoba, donde conocí a un hermoso grupo humano. Estaban don Manuel Román, el Dr. Secchi, Ramadán, el joven Arraya y tantos otros. Cierto día, jugábamos un torneo interclubes. Al lado de mi mesa estaban concentrados, disputando su partida el joven Arraya y don Manuel Román. Yo veía que Román estaba completamente perdido, y en ese momento Arraya le dice: "¿Tablas, viejito?" Y Román le contesta muy suelto de cuerpo: "Nooo, trabajá m'hijito." Le hice una seña para que se levantara y lo llevé al patio, donde le hice notar que su rival tenía mate en tres. Volvió rápidamente a la mesa, comprobó la exactitud de lo que yo le había dicho, y le dijo a Arraya: "Bueno, te voy a dar tablas por esta vez", tendiéndole la mano. Arraya, sorprendido, sólo atinó a aceptar la mano y las tablas, y cuando se enteró luego del mate en tres, se lo quería "comer" al viejo Román.


Fuente: Revista "El Rey", números 1, 2 y 3 (1980).